Las voces en la oscuridad demasiado silenciadas se escuchaban en lo más
lejos del monte, jamás había sentido un silencio tan interior, en la
profundidad de su alma, en su iris multicolor, jamás había notado tanta
tensión entre nuestros cuerpos. Nos fundimos en deseos e ilusiones,
nuestros corazones palpitantes escuchaban el silencio del ambiente, pero
nuestra mente funcionaba más rápido de lo normal. Nos acercamos, el uno
junto a el otro, miraba su pelo alborotado a causa del viento, mi
cabeza apoyada en su pecho con mi mente centrada en los pájaros que
pasaban por allí. Nunca había estado en una situación así. Mis labios
rozaron los suyos, sus miradas taponaron mis oídos, ya no podía escuchar
nada más que su respiración, su manera de mirar al mundo. Pude notar su
miedo reflejado en sus ojos. El miedo le impedía hacer todo lo que
quisiera, se le apagaban las ideas, se le amontonaban los problemas. No
había forma de sacarlos. Acerqué su cabeza junto a la mía, le aparté los
cabellos de su oreja y acerqué mis labios que empezaron a formar
palabras que traspasaban sus oídos como tremendos susurros. Le pedí que
se tranquilizara, que desapareciera su nerviosismo, pero que sobre todo,
disfrutara, que no todo sería fácil, pero tampoco se haría difícil
-Nuestra relación será un laberinto lleno de felicidad y de
sorpresas inesperadas, será un cuento sin final, en el que nos
defraudaremos miles de veces, pero el día que te vayas, lloraré, pero
mis lágrimas serán las más sinceras que he podido liberar.
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